Si lo anterior es cierto, no resultarán banales las manifestaciones  de repudio al régimen realizadas el sábado 15 por la noche en el Zócalo  capitalino y en otras plazas de la república y al día siguiente, el  domingo 16, en el contexto de los desfiles patrios. Es cierto que en los  seis años en que ha gobernado haiga sido como haiga sido, Felipe  Calderón ha tenido que disputar palmo a palmo el protagonismo del Grito  con los sectores sociales que en todo ese tiempo se negaron a reconocer  su investidura presidencial en razón de la forma desaseada e irregular  en la que se hizo con ella. Pero en las cinco ocasiones anteriores las  modalidades de la protesta no habían logrado arruinarle la fiesta con la  contundencia y la evidencia logradas este sábado: los apuntadores láser  jugueteando en su cara; los gritos de ¡Asesino! ¡Asesino!
 (no hubo forma de que los medios oficialistas los eliminaran por completo en sus grabaciones de video) y ¡Fraude! ¡Fraude!
  desde la plancha del Zócalo; el calificativo que más podría molestar a  Calderón, exhibido ante la tropa y el público de los desfiles del día  posterior: narcopresidente. Ya casi ningún medio informativo,  por fusionado que se encuentre con el régimen, puede ignorar tales  expresiones ni lo que representan: el agravio social acumulado en un  sexenio más de insensibilidad, corrupción, prepotencia,  irresponsabilidad y sometimiento a poderes fácticos del país y del  extranjero.
martes, 18 de septiembre de 2012
El ritual disputado
Pedro Miguel
                             Los rituales,  religiosos o laicos, tienen una importancia política capital. Sirven  para representar, para aglutinar, para inducir sentimientos de  pertenencia, participación y acatamiento de la autoridad. Permiten tomar  el pulso a los protagonistas de la cosa pública. Son un termómetro de  la jerarquía que se deja leer en función de las presencias, las  ausencias, las cercanías y las distancias. Dan un rostro a las  instancias del poder. Suelen ser marcas de diario y de calendario en la  vida de la gente: para muchos los días de muertos, las jornadas  electorales, las navidades y las fiestas patrias operan como  organizadores de recuerdos.
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