lunes, 15 de diciembre de 2008

Corrupción

Jacobo Zabludovsky

Bucareli

Para empezar, vamos entendiéndonos. En el diccionario de la Real Academia Española, corrupción, en materia de Derecho, se define: “En las organizaciones, especialmente en las públicas, práctica consistente en la utilización de las funciones y medios de aquéllas en provecho, económico o de otra índole, de sus gestores”.
En el de María Moliner tiene otras dos acepciones: soborno y diarrea. Lo de soborno, venga. En la diarrea no meto mano, tengo mis dudas, tal vez sea cuestión de olfato. “Huele y no a ámbar”, díjole don Quijote a Sancho que se alivianaba de su tragazón; y la frase, respetuosa y fina, se usa desde entonces para calificar lo perverso, lo dañado. Y Shakespeare hace decir a Hamlet que algo está podrido en Dinamarca al describir alguna carroña oculta, y la sentencia también fue cobijada por el uso común para expresar sospechas sobre cierta conducta o negocio. Después de este grafiti cultural, “a lo que te truje, Chencha”.
El martes pasado Transparencia Internacional dio a conocer un estudio titulado “Índice de fuentes de soborno”, después de examinar la práctica de pagar sobornos en 22 países exportadores. Bélgica y Canadá son los países con compañías menos propensas a sobornar gobiernos o funcionarios, mientras que México, China, India y Rusia tienen las empresas más dadas a esa afición. Obsérvese que el estudio se hizo sobre los que pagan por pecar y no los que pecan por la paga (perdón, sor Juana) pero se entiende que no hay sobornadores sin sobornados porque you need two to tango. De modo que en México tenemos ambos y en eso sólo nos ganan tres países, pero aunque lo importante no es ganar sino competir, esforzándonos pronto los dejaremos atrás
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