|      Me temo que fueron muchas las veces que esta expresión salió de  las bocas o se reflejó en los rostros azorados de los ilustres  visitantes del gabinete de guerra: tal vez cuando les respondieron sobre  los miles de muertos inocentes, a veces familias enteras víctimas del  fuego cruzado; o cuando les tuvieron que informar sobre la cantidad de  funcionarios, agentes, soldados y policías metidos en el ajo de las  nóminas del narco; o cuando los de aquí les rindieron cuentas sobre los  escobazos al panal que el propio gobierno ha calificado de guerra; o a  lo mejor, cuando nadie les pudo decir nada ni sobre los jóvenes de  Salvárcar, ni acerca de los muertos del consulado, ni de los estudiantes  del Tec de los que merolicamente —atrás de la raya que estoy  trabajando— el todavía secretario Gómez Mont dijo que cayeron del lado  de los soldados; frente a la sospecha de la madre de uno de ellos, Jorge  Antonio Mercado, de que su hijo fue torturado y luego maquillado y no  muerto por una bala perdida; más aun, de la síntesis del caos de los  tres gobiernos en Monterrey en donde los presuntos sicarios son  detenidos y entregados y luego desaparecidos o torturados y muertos en  terrenos baldíos. En suma, el margayate brutal e irracional de una  violencia creciente en la que ha habido de todo, menos el elemento  sustancial que muchos hemos demandado: la inteligencia. Para seguir las  rutas del dinero; para desenmascarar a los corruptos; para llegar a los  capos de a de veras y para desenmascarar financieramente a los grandes  cárteles. |