martes, 2 de octubre de 2012

Antecedentes del movimiento estudiantil de 1968: El militarismo, la guerra fría, y la ultraderecha mexicana

En 1968, lo mismo que en México, hubo movimientos estudiantiles en Estados Unidos, Japón, Francia, Alemania, Italia, España, Argentina, Bolivia, Brasil, Perú, Uruguay y en Turquía.

Tenían lugar en un mundo bipolar, enfrentado por la guerra fría, en el seno de una juventud identificada con ideas de progreso y libertad, en una época en que la existencia del bloque socialista estimulaba en los países capitalistas una rebeldía juvenil que era contraria al conservadurismo y al espíritu militarista de las cruzadas anticomunistas iniciadas con la posguerra.

En julio de 1968, apenas unos días antes del movimiento estudiantil, la opinión pública mexicana comentaba la decisión del gobierno de otorgar la ciudadanía a los 18 años, que fue uno de los tópicos de la propaganda oficialista de la época, pues permitía alegar, a la vez, que gdo estaba consciente de la situación mundial que apuntaba hacia las necesidades de la juventud, y que para esa medida contaba con un apoyo generalizado, que lo mismo incluía a grupos católicos que a logias masónicas.


En contraste con esa actitud aparentemente benévola hacia los jóvenes, el gobierno de Gustavo Díaz Ordaz  había sido implacablemente represivo con las universidades públicas y movimientos estudiantiles, como se había demostrado en 1966 en Morelia, y en 1967, en Sonora, lo mismo que en Chihuahua, Yucatán, Durango, Guerrero, Tabasco, Nuevo León y Ciudad Juárez. El gobierno de México, especialmente en el periodo de Gustavo Díaz Ordaz (1964-70), se había subordinado a las consignas dictadas por Estados Unidos, si bien sostuvo su decisión de seguir teniendo relaciones con Cuba y con los demás países del bloque socialista.

Huelgas estudiantiles y Universidades.

Díaz Ordaz encabezó esa cruzada anticomunista con su estilo autoritario, proclive a la sangrienta represión militar y al linchamiento mediático de sus opositores. Valiéndose de conflictos estudiantiles, el gobierno defenestró a figuras consideradas por la derecha como “procomunistas”, como Ignacio Chávez, rector de la unam; y Eli de Gortari, de la Universidad Nicolaíta, en 1966 y 1967, respectivamente.

Las fuerzas policiacas y los grandes medios de comunicación, así como los empresarios y el propio Díaz Ordaz estimularon a lo largo del sexenio una campaña feroz contra esa ideología, pero una visión muy diferente se expresaba en documentos confidenciales del ejército mexicano, que buscaban exponer una visión realista de los hechos, para definir escenarios y tomar decisiones.

Un informe secreto de la Subsección de Inteligencia del Estado Mayor Presidencial, fechado el 15 de febrero de 19655, avizoraba como principal riesgo para la soberanía de México la amenaza de una intervención estadounidense, o de una desestabilización provocada por ese país.

El documento finalizaba planteando el siguiente dilema, sobre la base de que en caso de que tuviera mayores conflictos con Cuba o con la URSS, Estados Unidos trataría de obtener mayor “colaboración” de parte del gobierno mexicano, que podría ir desde la incondicional hasta la condicionada, o incluso a una peligrosa negativa.

De hecho, las presiones para que México rompiera relaciones con Cuba, tomaban la forma de atentados terroristas organizados por grupos del exilio cubano en alianza con personajes de la extrema derecha mexicana.

Hoy se ha olvidado que los días en que se inició el movimiento estudiantil estuvieron marcados por atentados contra oficinas mexicanas en Estados Unidos, en protesta por la neutralidad de México hacia Cuba.

Señalaba el mencionado documento secreto del ejército que “En caso de ser obligados a una colaboración, la tarea que como mínimo tendrían que ejecutar nuestras fuerzas armadas, sería asegurar la defensa del norte de nuestro país, con lo cual se protegería la frontera sur de los Estados Unidos, pues en caso contrario, se corre el riesgo de que nuestro territorio sea ocupado por tropas extranjeras y consecuentemente el surgimiento de subversión interior sería fomentada por el agresor”.

“Al no colaborar, podría surgir un problema indirecto con los eua, y se presentaría en forma muy variable, ya sea como una intervención armada, un conflicto con Guatemala o bien, una subversión para cambiar nuestro régimen”.

Es decir: “De surgir la posibilidad de que Estados Unidos nos quisiera imponer la ruptura de relaciones con Cuba y ante la negativa de nuestro Gobierno, se considera que nos podrían crear problemas internacionales con Guatemala, auxiliándola para revivir el asunto de Chiapas o para intensificar sus actividades hacia sus pretensiones sobre el territorio de Belice; o bien, auspiciando un movimiento derechista clerical para obligar al actual gobierno mexicano, a cambiar su línea de conducta”.
Movimiento Estudiantil del 68

El informe subrayaba como particularmente riesgoso que eu tuviera pretextos para decir que México no estaba en condiciones de garantizar su propia seguridad y la de sus fronteras: “…Las preocupaciones defensivas que tienen los estadounidenses por el Sur y la falta de confianza en la preparación militar en nuestro país, puede orillarlos a violar nuestra soberanía sobre nuestro territorio, mares o espacio aéreo”.

En contraste con la delirante propaganda anticomunista de la época, las consideraciones anteriores eran plausibles pues se inspiraban en evidencias históricas, como la constante injerencia de Estados Unidos en México y en el resto del mundo, y el análisis de los puntos vulnerables de nuestro país.

Son drásticas las implicaciones de esa discrepancia entre la fantasía auspiciada por el gobierno de Gustavo Díaz Ordaz , de que un grupo de estudiantes, asesorados por “agitadores profesionales” pretendía tomar el poder, y la visión confidencial de los militares, que, acorde con el sentido común, preveía la injerencia de Estados Unidos como el principal riesgo para México, e identificaba a la derecha católica como la fuerza más peligrosa para la estabilidad de las instituciones de la época.

La represión de 1968 tuvo como antecedente el engaño deliberado del gobierno, consciente de la verdadera situación histórica e internacional, hacia la sociedad, a la que se le vendía el cuento de la “amenaza comunista”.

Los hechos corrigieron las expectativas militares sólo en cuanto a la forma en que se dio la subordinación de México en la lucha anticomunista de Estados Unidos, pues Díaz Ordaz colaboró de manera por demás decidida y radical, además de que su sexenio fue uno de los de mayor afinidad con la derecha confesional y con el sector empresarial, al grado de que gdo fue aclamado por grupos extremistas como el MURO (Movimiento Universitario de Renovadora Orientación) y por personajes con una larga trayectoria conservadora, como René Capistrán Garza, quien llevaba más de 50 años dedicado a esa causa, pues participó en la guerra cristera, y diez años antes, en 1917, en las protestas clericales contra la Constitución promulgada ese año; a su vez, empresarios como Juan Sánchez Navarro, también con una vida de militancia confesional, influían sobre Díaz Ordaz para inducirlo a la represión anticomunista.

Rompiendo la tradicional desconfianza y hasta hostilidad de la jerarquía hacia los gobiernos priístas, a los que concebía como laicistas y “ateos”, obispos como José Garibi Rivera, de Guadalajara, prodigaban sus atenciones hacia Gustavo Díaz Ordaz .

Otro factor que alteró esas previsiones fue la dinámica de la rebeldía estudiantil como fenómeno internacional, así como la ferocidad de la lucha palaciega por la candidatura presidencial para las elecciones de 1970.

Formalmente, el gobierno de Díaz Ordaz no rompió con Cuba, ni con la URSS, pero las actitudes de la prensa en torno a esas naciones y los reportes de la policía política manifestaban su hostilidad hacia ellos.

Nika Satter Seeger, jovencita neoyorkina, acusada de ser "un peligro para México" (La Prensa, 28 de julio de 1968).

Desde el inicio del movimiento, la DFS (Dirección Federal de Seguridad), llevó a cabo una gigantesca labor de acopio de información para su propio uso, pero a la vez, fabricó versiones fantasiosas para consumo popular a través de los medios de comunicación, que hablaban de extranjeros “subversivos” que eran “un peligro para México”, categoría en la que ubicaban incluso a personas como la joven neoyorkina Nika Satter Seeger, aprehendida con motivo de la manifestación del 26 de julio, que derivó en enfrentamientos callejeros. 

Con gran ostentación, la policía confiscó o destruyó libros, tanto de corte político como académico e incluso de promoción cultural, por considerarlos “propaganda comunista”, sea por estar en el local del Partido Comunista, que fue allanado por las fuerzas del orden, o simplemente por haber sido impresos en la URSS o en China. 


La barbarie de esos hechos, basados en la ignorancia y en el fanatismo, pasó desapercibida para una opinión pública en la que se había despertado el odio anticomunista, que se intentaba canalizar en apoyo al gobierno de Díaz Ordaz.

La irracionalidad de la guerra sucia contra el “comunismo” llevó a la policía a detener a niños, de 10 o de 11 años, en calidad de “cómplices” de los “agitadores comunistas”. 

En contraste, el gobierno de Díaz Ordaz glorificó el papel del ejército, al que se suponía inmerso en la “lucha contra la subversión” que, se alegaba, quería sabotear el protagonismo de México como anfitrión de las Olimpíadas.














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