jueves, 4 de octubre de 2012

Casino Royale: Historias de una tragedia LUCIANO CAMPOS GARZA 4 DE OCTUBRE DE 2012

MONTERREY, N.L. (apro).- Después de más de un año del peor ataque contra un establecimiento mercantil en México, los deudos del Casino Royale no hallan cómo curar sus heridas.
El 25 de agosto de 2011, día de la masacre ocurrida en el número 205 de la avenida San Jerónimo, en la colonia del mismo nombre, Javier Hiram Treviño González –coordinador de agentes del Ministerio Púbico Especializado en delitos contra la Vida e Integridad Física de las personas– y Sergio Manuel Sandate Rodríguez, delegado del MP adscrito a la agencia número 4, levantaron en la escena del siniestro un acta de fe e inspección cadavérica.
Los funcionarios llegaron al centro de apuestas cuando todavía las llamas seguían encendidas. El primer parte rendido en relación con el ataque fue proporcionado por el detective, quien informó que varias personas entraron por la parte frontal del edificio, amenazaron con armas de fuego a personal y clientela, rociaron gasolina y provocaron el incendio.
Cuando el humo se disipó, las historias de dolor comenzaron a surgir tras la tragedia.
“Me dan ganas de seguirlo”
Alejandro Morales Ángeles perdió todo cuando su hijo Rubén murió en el incendio del Casino Royale.
Originario de Querétaro, Morales Ángeles fungió como capitán de meseros durante mucho tiempo. Su hijo, con apenas 19 años, comenzaba a trabajar en la casa de apuestas, deseoso de convertirse en sommelier (especialista en vinos). Era su primer día en el Royale.
El padre se encuentra literalmente despedazado. A un año de la tragedia, no se ha recuperado por la pérdida de su hijo mayor y soporte económico de la familia.
“Perdí dos gentes en una. Mi hijo era mi mejor amigo, porque convivimos mucho. En Querétaro tomo apoyo psicológico, pero ya no quiero ir a las terapias. Hablar de mi hijo me lastima y, en lugar de salir reconfortado, muchas veces he pensado acompañarlo”.
La desgracia es absoluta para Alejandro Morales, quien a sus 59 años ya no encuentra trabajo: este año fue diagnosticado con diabetes y ha sobrevivido a tres infartos. Además, sufrió la perdida de varias piezas dentales y siente que su apariencia física no es la óptima para atender a la clientela si alguien se interesara en contratarlo.
El día de los hechos, Rubén –quien residía con su padre en el municipio de san Nicolás– empezaba su turno a las 15:00 horas. Salió de su casa con una hora de anticipación para llegar temprano al Casino, propiedad de Raúl Rocha Cantú
“Las expectativas de mi niño eran ir a España para hacer carrera de sommelier. Trabajó en el Papa Bill durante un año, se salió, y uno de los gerentes le ofreció trabajo en el Royale. Un día antes le dieron un recorrido por el casino y empezó a trabajar de mesero, le pidieron toda su papelería”, recuerda.
A las 15:40 horas don Alejandro vio por televisión las noticias del incendio en el Casino Royale. Las imágenes de televisión mostraban la entrada del sitio en llamas. Inicialmente se reportaron cuatro fallecidos.
Preocupado, tomó un taxi y llegó al lugar de la tragedia, donde encontró el fuego casi controlado. Nadie le dio noticias del muchacho. Sus sobrinos emprendieron una búsqueda y encontraron el cadáver en el Hospital Universitario.
A don Alejandro se le quiebra la voz: “Ahí estaba (Rubén) fallecido, lo reconocí, estaba muy lacerado su cuerpo, su cara. La última vez que lo vi con vida fue cuando salió a trabajar. Era el sostén de su mamá, de su hermano menor, Mauricio, de 17 años”.
Lo recuerda como un estudiante saludable y alto. Un muchacho que, de acuerdo con testimonios, tuvo la oportunidad de salvarse, pero en lugar de ello regresó para auxiliar a los atrapados y ya dentro del lugar murió asfixiado.
“Él se puso para que salieran algunas gentes. Una señora embarazada se comunicó al noticiero para decir que un jovencito moreno se puso de banquito para que subiera al mezanine del Casino. Murió por aspiración de monóxido de carbono”.
En el primer aniversario luctuoso de la tragedia, Morales Ángeles asegura que no hay odio en su corazón contra los responsables. Y, aunque hay detenidos, cree que no han pagado todos los responsables.
Considera que la investigación ha sido deficiente, pues los peritajes no han arrojado luz sobre los hechos. Además, se queja de que el procurador de Justicia de Nuevo León, Adrián de la Garza, les diga que ya han sido detenidas varias personas, “pero el responsable principal –dice– es el dueño del casino, por no tener condiciones de seguridad hacia sus clientes y empleados (…) Pero mi corazón y mi mente están llenos de amor hacia mi niño, no me importa lo que ocurra con esas gentes”.
Tras la muerte de Rubén, la vida de la familia se desmoronó. Don Alejandro dice que por su edad ya no le dan trabajo, pese a que tiene experiencia de muchos años en el área de meseros.
“Tengo una experiencia tremenda, fui capitán de meseros, conozco mucho de gastronomía. Pese a ello, no hay quien me dé trabajo, por mi edad”.
Asegura que el DIF estatal le ayudó con los gastos funerarios para cremar al muchacho y el gobierno de Nuevo León le dio un apoyo de 20 mil pesos. No obstante, agrega, “cualquier dinero que me den no va a pagar la vida de mi hijo. Eso es definitivo, y es lo mismo para los familiares de todas las víctimas”.
Alejandro dice que del gobierno federal le ofrecieron una vivienda, un trabajo y una beca para Mauricio, pero hasta ahora no le han cumplido nada. Su contacto ha sido Lilia Valdez, de Atención a Víctimas de la Procuraduría General de la República, quien se ha comunicado con él a Querétaro.
A Rubén no lo reconocen como trabajador del Casino y por eso no hay pensión para los deudos. Los familiares presentaron una demanda aboral, pero la Secretaría del Trabajo alega que ya no hay a quien entregarle notificaciones, debido a que el corporativo propietario de la empresa se desintegró.
No nacido
Irma Idalia Álvarez Fabela se identifica y, con una sonrisa triste, aclara antes de la entrevista: “Pero ya no quiero llorar, oiga”.
En el incendio perdió a su hija Irma Sofía Vélez Álvarez, quien tenía seis meses de embarazo y un niño: Antonio Emmanuel, que quedó bajo la custodia de Irma Idalia.
Evocar a su hija, su sustento, le hace entrar en desesperación. Aún no puede creer que la haya perdido en el incendio.
“Esto es muy triste porque el niño ya va para un año sin ver a su mamá. ¡Imagínese! Si con dos o tres días que no me hablaba, yo le andaba hable y hable, pues un años se me ha hecho eterno. No lo puedo asimilar, para mí son horas que no la he visto, pero ya sé que son muchos días”.
La mujer mantiene una esperanza que sabe imposible: que su hija regrese un día. Sabe que no ocurrirá, porque ella verificó su muerte. Pero se consuela con la idea.
“Le digo al niño: mira, y qué tal que un día llegara uno de mis sobrinos y me dijera: ‘tía, te tengo una sorpresa’. Lo he pensado, que va a regresar y que me diga que se escapó, que la raptaron. Que me lo dicen poco a poco, para no agarrarme de sorpresa, es mi único pensar. Pero sé que no va a pasar porque ya la vi en el sepelio. Para mí esto es todavía una pesadilla y (quiero creer) que nada de lo que está pasando es cierto”, suspira.
Junto con Irma Sofía pereció su amiga Caro, quien ese día la invitó a jugar al casino Royale. Era la primera vez que acudía al lugar.
Como muchos de los deudos, la adolorida madre supo de la tragedia a través de la televisión. Cuando vio en el noticiero el inmueble siniestrado, se comunicó con Irma Sofía y con un hijo que trabaja en el casino New York, en la colonia Vista Hermosa, por la misma zona.
Irma Sofía no le respondió, y su hijo le aseguró que estaba a salvo, encerrado en el casino donde trabaja, y le dijo que “los malitos”, después de atacar al Royale, pasaron por ese centro de apuestas para ordenarle a los trabajadores que no dejaran el lugar.
Cuando comenzó a indagar sobre el paradero de su hija y de la amiga de ésta, supo que irían al Casino Red, ubicado a una cuadra del Royale, pero como estaba clausurado decidieron cambiar de destino. La casualidad fue trágica.
Irma Idalia se desplazó en taxi a la casa de su hija, localizada en la colonia Álvaro Obregón de esta capital. Ahí encontró a quien era la pareja de la muchacha. Él salió hacia el Royale y preguntó por las dos jóvenes.
Al no encontrarlas, alguien le recomendó que acudiera a las instalaciones de la Agencia Estatal de Investigaciones, donde se estaba concentrando la información de los fallecidos.
Alrededor de las 21:00 horas llegó al edificio, que a esa hora estaba atestado de personas. Siempre mantuvo la esperanza de encontrar con vida a Irma Sofía.
Irma Idalia recuerda que en las transmisiones televisivas vio a una mujer que era transportada en camilla y pensó que tenía el cabello como el de Irma Sofía, pero de inmediato desechó los malos pensamientos.
A la media noche se comunicó con un sobrino y con su hijo para que acudieran al Hospital Universitario. No la encontraron entre los lesionados. A las una de la mañana, los muchachos le avisaron que irían al anfiteatro, ubicado en el mismo nosocomio.
“Yo les dije que no fueran, pero ellos insistieron. Yo les dije que como quiera no estaría ahí. Mucho rato después apareció mi sobrino en la puerta, estaba con mi hijo, los dos agachados. Lloré y lloré. Ya la hallamos, me dijeron. Yo les dije que si estaba hospitalizada yo la iba a cuidar”.
Irma Idalia no puede continuar porque el llanto se lo impide.
“Le dije: no puede ser. Haga de cuenta que yo no estaba pisando en algo duro, estaba pisando agua, como nadando. Yo le decía a mi sobrino que no era cierto, que estaba jugando conmigo, porque es muy bromista, y le dije: no andes jugando con eso, y me dijo: ‘No, tía, está muerta’. Yo le decía que no podía ser”.
En ese momento comprendió que sí era su hija la que había visto en la televisión.
Apenas un día antes de morir, Irma Sofía supo que su bebé era una niña.
“Se había hecho el eco y me dijo que andaba bien contenta por que ella quería una niña, y eso es lo que venía, porque quería hacerle chonguitos. Ella tenía como ocho perritos peludos y a todos los arreglaba. Llevaba como seis meses de embarazo.
Junto a ella falleció otra señora embarazada, por eso decimos que son 54 los muertos”, dice Irma Idalia, que actualmente acude a terapia psicológica y consume antidepresivos.
El gobierno del estado le regaló un remolque para que estableciera un negocio de tamales, y el gobierno federal le prometió un apoyo de 50 mil pesos para arrancarlo, pero hasta ahora no ha recibido el dinero.
Supuestamente Lilia Valdez, de Atención a Víctimas de la PGR, le iba a entregar el cheque. “No me han hablado y luego que se atravesaron las elecciones, menos”, subraya.
Debido a la falta de dinero, considera seriamente vender el local donde vende los tamales que prepara, pues ya va para un año y, dice, no ha podido utilizarlo.
“Pero la verdad yo no quiero nada, quiero que me la regresen (a mi hija). Me hace mucha falta”, suelta Irma Idalia, mientras Antonio Emmanuel mira llorar a su abuela.
Agonía de 13 minutos
“Si uno pudo salir, todos debieron haber salidos”, concluye Edmundo Jiménez Ramírez.
En el incendio, el abogado laboral jubilado perdió a su esposa Rosa María Ramírez Jiménez.
Por los testimonios de sobrevivientes, don Edmundo sabe que algunos pudieron salir por puertas a las que no era muy fácil acceder, pero no hubo forma de conducir hacia la salvación a los clientes del Royal que quedaron a salvo.
Los empleados no sabían qué hacer, no había regulación en las instalaciones y nadie se percató de ello. La negligencia criminal no ha sido castigada, lamenta.
Jiménez Ramírez afirma que los exalcaldes panistas de Monterrey, Adalberto Madero y Fernando Larrázabal, actual diputado federal, dieron permisos irregulares para el funcionamiento del casino, pero no hubo una revisión adecuada por parte del director de Protección Civil, Jorge Camacho Rincón.
La tarde de la tragedia, don Edmundo dejó en el lugar a su esposa para que jugara maquinitas y se retiró con el compromiso de regresar por ella más tarde. La encontró muerta muerta en el Hospital Civil.
A las 15:50 horas recibió una llamada de su hija, quien le notificó que había un problema en el casino, “quizás un bombazo”.
Al llegar al sitio encontró ambulancias, patrullas, socorristas y policías.
“A los bomberos les faltaba equipo, y Protección Civil no conocía el lugar. A los ocho minutos decían que salía gente por atrás y yo se los dije, pero me sacaron los ministeriales, no me dejaron ayudar”.
Supo que una persona que estaba atrapada en los baños se colocó la camisa húmeda sobre nariz y boca para respirar, y localizó una puerta. Ya afuera, esa persona aseguró que había gente en los baños, pero los rescatistas no pudieron entrar por falta de equipo.
La esposa de don Edmundo pereció en uno de los baños, junto con unas 30 personas que quedaron atrapadas.
“Hubo margen de maniobra ahí. Son 13 minutos en los que se marca la asfixia de mi mujer. Eran minutos suficientes para buscar una salida de emergencia”, subraya.
Y recuerda el caso de Samara Pérez, quien estuvo dentro del incendio siete minutos y se salvo porque siguió a los trabajadores del casino que buscaban la puerta de entrada de empleados. Su esposa no lo consiguió.


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